Tiran más dos tetas que dos wickets
Sí, me gusta el cricket y una vez dije que os contaría las razones. Si sois capaces de leerlo, algunos lo entenderán, pero otros tantos les dará igual.
Cuando empecé con esta newsletter os dije que hablaría de aquello que me pareciera, la mayoría de veces sería sobre la NFL, pero que en otras ocasiones podría hablar de otros cosas, que es el caso. Hoy voy a contar algo diferente, os advierto que nada tiene que ver con el football o la NFL, por eso aquellos que sólo me leen por esos temas si no os interesan otras cosas, podéis dejar de leer aquí. El resto queda invitado a leer o dejarlo más adelante si les aburre lo que aquí os voy a contar.
Hoy os voy a contar porque me gusta un deporte tan extraño, raro e incomprensible como es el cricket, además no solo es que me guste, me gusta la modalidad que llaman “Test”, que son encuentros que duran varios días y durante varias horas al día, desde la mañana hasta que las condiciones de luz aconsejan dejarlo. Más de uno quizás se pregunte como alguien que vive por y para la NFL, y lo aclaro, yo vivo para la NFL y para el Football, así con mayúsculas, no para otras modalidades ¿Cómo es posible que le pueda gustar el cricket? Yo también muchas veces me he hecho esa pregunta y solo he sacado una conclusión, que tiene muy poco de british y muy mucho de sabiduría popular española, porque amigos, en esta vida tiran más dos tetas que dos carretas.
Vivía en aquel entonces en Londres, me había marchado allí a trabajar mucho antes de que los británicos decidieran dejar la UE por el Breixit. Estaba aún muy reciente nuestra entrada en la Unión Europea, los españoles éramos aún los parias, si alguna vez realmente lo hemos dejado de ser, de la UE. Allí estaba yo, trabajando y ganándome la vida en la mega urbe británica porque tuve a bien aceptar una oferta de traslado laboral, aunque más que oferta fue un “mira que oportunidad te estamos dando” en unos tiempos donde éramos poco receptivos con esas ofertas. En aquellos años España estaba azotada por tasas de desempleo superiores al 20% y entre los menores de 25 años superaba el 35%, marcharme era la única oportunidad que tenía aunque ellos supusiera dejar atrás muchas comodidades. Además en aquellos tiempos volar no era cómo lo fue antes del Coronavirus, donde el personal podía plantarse en Londres a pasar el fin de semana, entonces comprarse un billete de avión era algo muy serio, y muy caro también.
Eso sí, a cambio tenía un buen sueldo, un bonito estudio apartamento y un buen trabajo. Lo que no teníamos eran teléfonos móviles como ahora se entiende tener un móvil, en realidad lo que no teníamos eran “smartphones”. Los teléfonos móviles sí existían, eran poco manejables, caros, te cobraban por llamada (nosotros inventamos lo la “ hazme una perdida”) y los SMS eran un verdadero lujo, te cobraban por mensaje. A todo eso se unía que pesaban mucho y eran imposibles de llevarlos en el bolsillo siquiera de un abrigo.
La única forma de conocer gente era por el trabajo y por supuesto en los bares, pubs o clubs nocturnos, las redes sociales no existían, ni os cuento ya aplicaciones como Tinder o similares. En aquellos años yo me relacionada sobre todo con gente del trabajo, salíamos después de trabajar o los fines de semana solíamos empezarlo en un pub que decíamos era “el nuestro”. No nos hacían falta teléfonos fijos, mucho menos móviles, ni nada parecido, ya sabías de antemano que a partir de X hora de la tarde se quedaba en “nuestro pub”, de allí en adelante lo que surgiera. Si ese día no estabas era porque habías decidido no salir o tenías otros planes.
Así fue como una noche en un pub o disco bar, ni lo recuerdo ya, lo que sí os puedo decir es que sonaba una canción de George Michael, me presentaron a una chica australiana. Ya le había visto un par de veces por uno de los locales que frecuentábamos, pero no me había acercado a ella, o como decíamos entonces “no le había entrado”, entiéndase por tal que no me había ido a presentarme por toda la cara. Pero teníamos un conocido común que nos presentó y allí empezó un no sé qué, pasamos toda la tarde y parte de la noche juntos, hablando, tomando cervezas, otra cosa no bebíamos entonces y le acabé acompañando a su casa poco antes de que el metro dejara de funcionar por la noche, yo tuve que regresar en un taxi. Y no, no pasó absolutamente nada de nada, nos despedimos no sin antes intercambiarnos los números de teléfono o jurarnos vernos en los mismos locales el siguiente fin de semana. Sí, muchos dirán que menudo “pagafantas”, pero entonces las cosas se hacían con pico y pala, había que trabajárselo.
Esa semana se me hizo eterna, le podía llamar por teléfono, pero por alguna extraña razón no lo hacías. Luego supe que era recíproco, estaba esperando que yo llamara porque no se atrevía a llamarme y estaba esperando a que llegara el fin de semana. Por fin llegó el sábado y repetíamos nuestros ritos habituales, empezarlo en “nuestro bar” y que yo le había dicho cuál era. Y cuál fue mi sorpresa que se plantó allí con un par de amigas y se integraron en nuestro grupo. Aquella noche empezamos nuestra relación, oficialmente éramos pareja, aunque al principio sólo nos veíamos los fines de semana, empezábamos en grupo y terminábamos solos o desconectando de los amigos. También hablábamos de vez en cuando por teléfono y decidimos dar un paso más adelante quedando ya por nuestra cuenta y los sábados a veces íbamos con el resto.
Teníamos aficiones comunes, yo en aquel entonces practicaba el surf. Algún fin de semana nos íbamos a la costa a practicar surf cuando empezaba el buen tiempo, pero como buena australiana había una cosa que le pirraba, el cricket. Allí estaba yo, verano y cricket, dos combinaciones muy british, o más de la Commomwealth, esa extraña organización que de alguna forma rememora el antiguo Imperio británico. Ese verano casualidad que tenía lugar la batalla de las batallas, la madre de todo los partidos de cricket, algo que se conocía como “The Ashes”. ¿Qué era aquello? No era un partido para decidir quién era el mejor, sino una serie de partidos, unas series al más puro estilo de baseball. Pero con una enorme diferencia, un partido de baseball dura unas 3-4 horas y así hasta el siguiente, pero un Test de cricket dura varios días y aquello era una “Serie de Tests”, es decir, una serie de varios partidos que duraba cada uno de ellos varios días.
No sé si aquello era un reto o una forma de mandarme a casa con cajas templadas, lo que sí sé es que decidí darle una oportunidad a aquello, algo muy raro en mi, yo pasaba de cualquier deporte que no fuera NFL o baseball. Me convenció que si me gustaba el baseball aquello me podría gustar, pero como os he dicho antes, tiran más dos tetas que dos carretas y a mi me encantaban en concreto las de aquella chica australiana. ¿Y qué son dos wickets?El cricket se desarrolla en un campo ovoide y en el centro están los dos wickets, son esos tres palos clavados en el suelo unidos por dos piezas de maderas y que bateador debe proteger de los lanzamientos del rival.
En agosto uno de los Tests de aquella serie tenía lugar en Lords, uno de los templos mundiales del cricket. Y teníamos entradas, para allá que nos fuimos con más gente y os debo confesar, ver cricket en pleno agosto desde la mañana hasta la tarde es una de esas experiencias que uno debe pasar en la vida. Seguramente los litros de cerveza que consumíamos nos ayudaban a pasar aquellas horas o más bien días, llegábamos a la mañana y nos marchábamos al atardecer. En un partido de cricket además se hace pausas comer, para el lunch, y para tomar el té, vamos, que pasas el día allí. Y no, no es para nada aburrido, es cierto que en cierto modo me recordaba al baseball, pero el caso es que terminé por cogerle cariño a ese deporte.
En septiembre regresó la serie a Londres, pero en septiembre también regresa la NFL y aunque seguía interesándome por ello, no teníamos entradas y los domingos yo ya se los dedicaba a la NFL aunque nunca aquello fue motivo de discusión, además para rematar, Inglaterra se acabó imponiendo en la reteniendo el trofeo, una copa del tamaño de una copa de chupitos. La derrota fue un duro trago, un duro golpe al orgullo “Aussie” además de motivo de afirmación para los ingleses, que no hacían otra cosa que sacarles a relucir su victoria.
Nuestra relación continuó hasta que un día ambos decidimos dejarlo. El verano siguiente no había The Ashes, se juega cada dos años y se van rotando las sedes. Como quiera que el cricket es un deporte de verano y era el turno de Australia como local, se jugó en el verano austral, nuestro invierno. En aquella ocasión lo vi por televisión y esa vez ganó Australia. De todo aquello me quedó mi amor por deporte que apenas conocía ni sabía de su existencia. Desde entonces sigo viendo partidos de cricket y he visto varios partidos memorables, me gusta sobre todo los Test y bastante menos los conocidos como ODI, One Day International, que son partidos que se juegan en un solo día. Incluso volví a ver partidos en directo en compañía de amigos ingleses, pero por alguna razón ya no me parecían tan divertidos en el campo, quizás porque aplicando el tópico se podría decir que tiran más dos tetas que dos wickets.
Actualmente sigo viendo partidos por TV, no me pierdo nunca The Ashes especialmente cuando se juegan en Inglaterra. Son unos partidos que son al cricket como lo único Real Madrid Barcelona es al fútbol o un New Yankees Boston Red Sox al baseball, su trascendencia va más allá del partido y es donde se forjan las leyendas. Las historias, mitos y leyendas que se han escrito alrededor de las ediciones de The Ashes dan para varias novelas o documentales de la ESPN, incluso para alguien como yo, que como podéis ver me ha servido para que esta newsletter siga viva.